jueves, 23 de junio de 2016

Principios de algún Diciembre

Estaba toda esa gente con la que me encantaba tratar ahí, en ese café tan lindo de la calle Juncal. Jóvenes profesionales, estudiantes avanzados de distintas carreras, mujeres de la tercera edad despidiendo anticipadamente un año que ya comenzaba a gastar sus últimos cartuchos. 

Y estaba él. Tan único, tan, tan.

No me vio o fingió no verme y continúo tecleando con furia su ordenador. Para cuando decidí pegar la vuelta ya tenía una camarera consultándome dónde prefería tomar asiento. No dudé. me senté frente a él, en su mesa. Su sorpresa fue tal que la taza de café que sostenía en ese instante, quedó en pausa, no bebió ni la colocó nuevamente sobre su florido platito. Sostuvo la mirada una eternidad angustiosa y luego soltó "vaya manera de terminar el año". Dejó su taza sin haber bebido nada de su contenido y sonrió mirándola. Percibí la burocracia mental que pugnaba por no sincerarse respecto a lo que sentía. 

La camarera me trajo el exprimido de naranja que le había ordenado, junto al café con leche y dos medialunas. De manteca, claro. Me concentré en mi merienda. Empezó a reír con ganas y dijo:

- Es tan grasa que mojes la medialuna en la taza...
- No menos grasa que tu auto verde lima.
- Es verde menta.

Reímos.

- Estás nervioso- Dije.
- No.
- Dejaste el café.
- Está frío.
- Estás nervioso.
- Sí.
- ¿Por qué tecleabas con furia?
- ...
- ¿A quién le escribías?
- A mi abogado, cambió la cerradura de mi departamento. Mi departamento.
- ¡¿Qué?!
- Dice que no es idiota y que todo el mundo sabe lo que siento por cómo te miro y eso no sería un problema si no fuera porque creyó justo cambiar la cerradura de MI departamento.
- ¿Cómo me miras?
- ¿Qué?
- ¿Cómo si fuera magia?
- Como si fueras un puto sueño hecho realidad.

Continuará...

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