sábado, 19 de febrero de 2011

Fragmento de "Los diarios de Carrie"


-¿Te preocupa tu futuro?


-¿No le preocupa a todo el mundo?
-Supongo que sí... Pero creí... no sé. Creí que irías a Harvard o algo así. ¿No estabas en un colegio privado?
-Lo estaba. Pero me di cuenta de que no quería ir a Harvard.
-¿Cómo es posible que alguien no quiera ir a Harvard?
-Porque es una estupidez. Vas a Harvard. Luego hay que hacer un máster en derecho. O en empresariales. Después vendrá lo del traje y trabajar para una gran corporación. Tomar el interurbano todos los días hasta Nueva York. Y luego alguna chica me obligará a casarme con ella y, antes dé que me de cuenta, tendré hijos y una hipoteca. Se acabó el juego.
-Puf... -no es exactamente lo que una chica desea oírle decir a un chico, pero gana muchos puntos por ser sincero-. Sé lo que quieres decir. Siempre he dicho que nunca me casaré. Es muy poco original.
-Cambiarás de opinión. Todas las mujeres lo hacen.
-Yo no. Yo seré escritora.
-Tienes pinta de escritora -dice él.
-¿En serio?
-Claro. Da la impresión de que siempre hay algo que te ronda la cabeza.
-¿Tan transparente soy?
-Un poco sí. -Se inclina hacia delante y me besa.
Y de repente mi vida se divide en dos: un antes y un después.

domingo, 6 de febrero de 2011

Población de sangre azul

El Príncipe Francisco vivía en un pueblo remoto sumido en la ruindad. Cada mañana procuraba someter sexualmente a una pálida damisela a los efectos de poblar su corte con servidores portadores de la legítima sangre azul. Llegaría el día en que todos serían parte de su vanidosa familia y convertiría aquella monarquía en un árbol genealógico invencible.
De vez en vez el llanto desgarrador de alguna inocente intentando escapar de aquel destino injusto lo excitaba al punto de necesitar emplear una feroz violencia para saciar su sed psicópata. Era cotidiana la posibilidad de cruzarse, en la carretera de aquel pútrido mundo, con niñas de no más de 14 años con el rostro desfigurado y la ausencia de algún que otro diente. La mayoría de ellas se exiliaba hasta tanto no dar a luz al fruto de su despedazada ingenuidad y luego se ganaban el pan de cada día sirviendo en el faustoso castillo del dueño de su desgracia.
Los bebés eran separados de su madre apenas nacidos y trasladados a unas lejanas hectáreas donde se los capacitaba para formar parte del gran ejército una vez cumplidos los 8 años.
Llegó el día en que no hubo ninguna infanta más a quién poder mancillar entonces el Príncipe recordó que en las hectáreas combatientes se habían estado alojando durante años toda su descendencia compuesta por valientes batalladores y virginales doncellas… 
Papá iría por ellas.