Ella sabía que él tomaba el café con tan solo dos cucharaditas de azúcar y eran esa clase de detalles los que convertían en cotidianidad cualquier vago intento de sembrar singularidad.
La historia se repetía una y otra vez, cuando súbitamente las mariposas migraban dejaban de saldo una descolorida rutina sin magia alguna.
Por eso evitaba compromisos, conocía de memoria sus finales.
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