domingo, 27 de mayo de 2012

Sobre tazas, copas y posavasos...

La semana pasada se agrietó una taza nueva apenas vertí agua caliente para prepararme un té de frutilla (vino fallada, claramente) y anoche se me rompió una copa de una manera muy extraña y entonces me acordé que hacía años había escrito algo sobre juegos incompletos…

Joaco despertó agitado y muy transpirado…
Escribió:

12 de Marzo de este año, pero pudo haber sido cualquier otro mes de cualquier otro año.

La presentía, olía su aliento perturbador, oía sus pasos cautelosos y tan estudiados, de alguna forma sé que la esperaba sin saber de su existencia… Ella se acercaba a fuerza de persuasión y muchísimo esmero en simular algo que, claro, no era ni sería nunca.
Estaba suspendido en la humareda esa que hace que uno quede suspendido, pero entendía, vaya si entendía. Ella se aproximaba cada vez más, sin importarle que sospechara de su presencia y, como no había manera posible de retroceder o corromper sus planes pité despacio, cayendo en la cuenta que convenía aprovechar al máximo mi última yerba…
Y ella se acerca y acerca, más y más y más y más y más y más y más y más y más y más y más y más y más y más y más y más y más y más y más y más y más y más y más y…
Y yo despierto.
Ella ha desaparecido, lo grito, <¡ella ha desaparecido!> como para que poquito a poco me lo crea, pero no es suficiente, entonces la busco, doy vuelta mi cama, mi mesa de luz, mi billetera y hasta el posavasos color naranja rabioso que, tiempo atrás, me regaló Mar junto con otros cinco que formaban la media docena, pero los otros cinco se los he dejado en la casita de Buenos Aires, en Lomas de Zamora, en la esquina de Belgrano y Peña, nuestra esquina, a modo de recordatorio… a ella siempre le faltaría yo para completar su media docena. ¿Me llamaría alguna vez para reclamarme su sexto y último posavasos? Quizá un día cualquiera el timbre de esta habitación la anuncie y detrás de la puerta se halle más linda que de costumbre y con ese aire de dulzura sincera y con sus dos hombros pedantes, irradiando brillo.

¿Qué estarás haciendo Mar? Probablemente me odies de manera desalmada, que es como se debe odiar, me desearas las peores de las suertes, me maldecirás más de lo que merezco, me subestimarás aún más. Pero a miles de kilómetros de la situación, fuera de ella, de su circunferencia, siendo testigo y ya no protagonista, todo puede observarse nítidamente.
Estabas como entusiasmada con la idea, quise que justificaras tanta alegría que a mi me resultaba inconcebible, pero no reparaste en mis ojos indagadores. Sé que esperaste pacientemente a que un día reaccionara y te abrazara emocionado, pensáramos, luego, un nombre juntos y construyamos una habitación de paredes celestes o rosadas según el sexo del pequeño y llena de sonajeros, ositos felices y abrigadas mantitas. También pensaste en una ventana con vista al jardín, delicadamente bordeado con jazmines, margaritas y alguna que otra alegría del hogar, un cortinado de dibujitos tiernos y seguramente norteamericanos… ¡¡¡Puaj!!! Yo no quería nada de eso, si mantenía mis pies en Argentina era sólo porque pretendía acabar mi plan de evacuación de manera organizada. Te quería, pero no alcanzaba, al menos no lo suficiente para retenerme ahí, construyendo una piecita  para un tercero que yo no había incluido en ningún plan, en ningún pensamiento, en ninguna de todas mis ganas. Y vos, Mar, estabas tan contenta y a mi me indignaba la noticia, tu reacción, los proyectos que ahora vomitaban tu boca y mareaban mis pensamientos, la falta de juicio en corromper una montaña de ideas antes compartidas, ahora me hablabas de pañales, mamaderas, escarpines, chupetes, incluso de ¡un perro! Yo te escuchaba incrédulo, me preguntaba dónde estaba la verdadera Mar y porqué esta impostora se sentía con derecho a ingresar a mi casa, no la entendía, no me interesaba escucharla, quería que se esfumara y vos aparecieras para tranquilizarme, decirme que todo había sido una alucinación espantosa, un recuento de los accesorios que hacen de una pareja un lugar común, muy frecuentado y nada extraordinario y me hagas milanesas con puré y brindemos con algún vinito. Pero no apareciste Mar y en tu lugar se instaló ella, ultrajando todas tus pertenencias, haciendo uso y desuso de la intimidad de pareja que muy bien sabíamos resguardar y recrear… y no era lo mismo… la impostora no tenía nada que ver conmigo, ni con vos. Ella pensaba, hablaba y hacia con miras al futuro, ese al que tanto ignoramos siempre de común acuerdo, tácito claro está. Y de repente, sin nadie que me advirtiera de la posible metamorfosis de algo lindo en algo real y sumamente ordinario, me encontré conviviendo con una impostora que programaba el mañana como si se tratase de organizar un día de camping en San Antonio de Areco. Los días comenzaban a parecerme interminables e insípidos, sin sentido y repugnantemente tristes. Te veía adentrarte en proyectos utópicos en los cuales se incluía mi persona misma, sin previa autorización concedida. Me preguntaba hasta cuándo tenías pensado sostener tanta hipocresía, cuándo sería el momento en que me preguntaras qué pensaba yo de todo lo que deseabas que ocurriera de la noticia en adelante, me preguntaba porqué te empeñabas en no preguntar, ¿acaso lo notabas Mar? ¿Notabas qué la única respuesta que podía llegar a darte no colaboraría con tu apetito  por armar una familia más? Una familia más en un mundo que no es el mío, claro está.

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